CORONAVIRUS Y POBLACIÓN
Perspectiva geográfica
Diana Durán
Un
enfoque imprescindible sobre la pandemia de COVID – 19 es plantear su vínculo
con las características de la población.
Si
se piensa en el binomio “geografía – coronavirus” interesan: la población
absoluta (valores totales de la población confirmada, recuperada o
fallecida en las distintas localidades, jurisdicciones y regiones) y cómo ésta
se distribuye en el territorio (las áreas afectadas y los “vacíos demográficos”
de coronavirus); la estructura por edad y sexo, pero especialmente por
edad, -pensando en el foco que las autoridades, médicos y medios de
comunicación han puesto en “ancianos”, “abuelos”, “viejos”, “adultos mayores”, todos
ellos términos descalificantes en relación a la connotación que se les ha dado
respecto a la enfermedad; y la movilidad de la población (sea por cambio
de domicilio o por turismo y demás factores de traslado) causa principal de la
difusión de la enfermedad.
También es necesario tener en cuenta el concepto
de transición demográfica que relaciona los que nacen (natalidad) y los
que mueren (mortalidad) a través del tiempo y, además, indica cómo se ha pasado
históricamente de una etapa de altas tasas de mortalidad y natalidad, a otra con un
fuerte crecimiento de la población y luego, en esta época, a tasas bajas de
mortalidad y natalidad. Por supuesto,
esto difiere según las características de los territorios que se analicen.
El modelo de la transición epidemiológica,
se relaciona con la salud de la población, con el propósito de explicar las
etapas que fueron cumpliendo los países occidentales hasta alcanzar una
instancia final de baja mortalidad, generada por la derrota de las grandes
epidemias y los consecuentes cambios en las patologías predominantes.
(Pickenhayn, 2003) ¿Seguirán predominando las cardiopatías, enfermedades
crónicas degenerativas y accidentes cerebro vasculares por sobre las enfermedades
infecciosas cuando se evalúe esta pandemia? Indica la OMS que las enfermedades
infecciosas emergentes (sobre todo aquellas transmitidas por vectores)
y reemergentes (las bacterias resistentes a antibióticos) representan una
amenaza real y presente a nivel global.
Acusados
por la edad
Los
mayores de sesenta años seremos los más vulnerables, pero se ha caído en
generalizaciones falaces al sugerir una relación directa y unívoca entre la
edad de la población y las posibilidades de sufrir COVID – 19.
Es
posible señalar que, ni a todos los países que tienen una gran población de
mayores de 65 años los afecta de igual manera el COVID-19, ni a los países con
población mayoritariamente menor de 65 años los deja de afectar. La mayor parte
de los países de Europa Occidental y Mediterránea tienen más del 20 % de
población superior a 65 años y más de 80 años de esperanza de vida. Pero existen
situaciones muy variables en esos países. El ejemplo de Alemania es notable, pues
su baja letalidad (cociente de fallecimientos en relación a las personas
que se han contagiado de una enfermedad) contrasta con el hecho
de ser un país muy envejecido. En cambio, en España, otro país de alto
envejecimiento de la población, las personas de 60 y más años incluyen algo más
del 50% de los casos detectados, algo más dos tercios de los hospitalizados y
en unidades intensivas, y más 95% de los fallecidos. (Rodríguez Rodríguez,
2020)
Se
ha caído en temibles excesos con respecto al tema de la edad hasta el límite de
que un vicegobernador de Texas, Estados Unidos, declarara que los “abuelos
deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía”. Un extremo
absurdo, pero entre esa salvaje opinión y otras de muchos políticos que llegan
al extremo de “encerrar” a los mayores, enclaustrándolos quién sabe hasta
cuándo, hay una gran variedad de posturas contrarias a toda racionalidad y
eticidad.
Josefina
Gómez Mendoza, profesora emérita de la Universidad Autónoma de Madrid, señaló
en un artículo: “soy población
de riesgo, no solo por la edad, sino por mi historial médico, no pasaría
el más mínimo triaje en una urgencia médica, como se encargaron de recordarme
mis más afines”. También argumenta que es “patente el
escándalo de la mortandad en las residencias de mayores”, lo que no puede
ligarse tanto a la edad como a que “la vida de las personas ancianas y enfermas
es prescindible”.
La
edad es, en definitiva, un criterio más, junto con la morbilidad (cantidad de
personas que enferman en un lugar y un período de tiempo determinados en
relación con el total de la población), la gravedad de la
enfermedad, el compromiso de otros órganos vitales y la reversibilidad, es decir,
teniendo en cuenta la edad biológica (relacionada con la
actividad física, la alimentación, el estado de salud, el estrés, el descanso nocturno
e incluso la genética)
y no solo la edad cronológica (los
años que hemos vivido desde nuestro nacimiento)
Además
de la edad, es necesario tener en cuenta los distintos contextos culturales,
los modos de vida, las estructuras familiares, las condiciones sanitarias
generales, los sistemas ambientales y socio económicos para la toma de medidas de
políticas públicas en relación a los diagnósticos que se plantean.
Por
último, consideramos que no solo se necesitan infectólogos y sanitaristas para
“salir” de la pandemia, sino en realidad se requieren equipos
multidisciplinarios de sociólogos, geógrafos, filósofos, economistas,
psicólogos, entre otros cientistas sociales. No parece que esto suceda…
Bibliografía
citada
Gómez
Mendoza, Josefina. (2020) “Confinavírico”: en pos de Rubén Lois: sobre la
geograficidad de la epidemia. Departamento de Geografía. Universidad
Autónoma de Madrid. Asociación de Geógrafos Españoles.
Rodríguez
Rodríguez, Vicente. (2020) COVID19 y las personas (mayores) en el análisis
geo-demográfico (I) España, AGE.
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